Tito Vilanova es una más de esas personas que se va prematuramente. Quedaba mucho camino todavía para él. Se puede decir que lo tenía todo. Era su momento perfecto en la vida, cuando una enfermedad ha acabado por truncarlo y llevárselo todo por delante.
Cada vez que sucede algo así (últimamente en mi entorno con más frecuencia de la que desearía), me convenzo más de que debemos cambiar lo que no nos gusta de nuestras vidas. Dejar de poner excusas, levantarnos del sofá, y coger, ¡¡ya!!, el mando de nuestras vidas (el de la tele no, ese hay que dejarlo en un rincón). Y si lo que intentamos la primera vez no funciona no importa. Hay que probar, fallar y persistir. No importa fallar y equivocarse, lo peor es el inmovilismo. El no hacer nada. Se aprende a base de fallar, y no es O.k. el miedo a ello. El fallo te lo puede acabar dando todo.
Obviamente no conocía personalmente a Tito. Me caía muy bien. Pero más allá de los ríos de tinta que correrán sobre él, su filosofía del fútbol, o su relación con Guardiola, me quedo con el detalle que tuvo el jueves. Dos horas antes de ingresar en la clínica, y sin que nos podamos llegar a hacer una idea de cual sería el malestar físico que podía sentir en esos momentos en su situación, todavía tuvo la fuerza para a través de un amigo, tener el detalle de regalar un reloj a su mujer Montse. Su último regalo como agradecimiento a todo el cariño y apoyo que ella le había mostrado en esta última dura etapa. Un acto de amor tan inmenso que no cabe añadir nada más sobre la grandeza de una persona.
Sólo así merece la pena que sea la muerte lo que te separe de tu pareja.
#Titoetern.