Ahora va a hacer dos años que asistí a una chica en el Turno de Oficio por violencia de género. Era una mujer rota, entregada, abatida, desesperada. Superada por el miedo, el temor, el pánico y sin ninguna fe ni esperanza en su futuro ni en la justicia.
Estaba convencida y tenía la percepción de que su agresor campaba a sus anchas, con total impunidad, y con la certeza de que nunca le pasaría nada hiciese lo que hiciese. Que sólo vivía para amargarla, y que su mayor placer era verla en ese estado. Había sido agredida muchas más veces anteriormente pero nunca lo había denunciado por el miedo a las consecuencias. Pero en ese momento lo había hecho porque ya le daba igual todo. Creía que si aquel día él no iba directo a prisión, al salir de allí iría a por ella y la mataría. Yo le expliqué que como mucho obtendría una orden de alejamiento, y que las cosas no tenían porque ir como ella decía. Que tuviese el móvil a mano, y llamase a la policía en el momento en el que traspasase la distancia que marcaba esa orden de alejamiento. Aquel día salió decepcionada, desengañada, sin ninguna fe en la justicia, y convencida de un fatal desenlace.
Unos meses más tarde se celebró el juicio en el que su ex fue condenado por un delito de maltrato a seis meses de prisión y una orden de alejamiento de 1.000 metros durante un año. Pero siendo una condena de privación de libertad inferior a dos años (puede suspenderse el ingreso en prisión si no se cuenta con antecedentes penales), y pendiente de resolverse el recurso de apelación, las cosas iban a seguir más o menos igual. Otro desagradable episodio posterior con insultos y amenazas en medio de la calle, dio pie a una nueva denuncia por parte de ella, y a un nuevo proceso por vulneración de la orden de alejamiento. A partir de ahí parece que el señor ha empezado a ver las orejas al lobo. Una nueva condena ya le supondría el ingreso en prisión. Desde entonces ha dejado de acercarse y molestar a la chica.
El otro día, a las puertas de la sala y aunque la vista finalmente se suspendió por circunstancias que no vienen al caso, esta mujer era otra persona. Su rostro reflejaba calma y liberación. Transmitía serenidad. Mirándola, me hizo pensar en el duro camino que habría tenido que recorrer para tan difícil cambio. Me dijo que ahora estaba muy bien. Que ya no le tenía miedo. Que ahora cuando él la veía de lejos se iba. Le pregunté si seguía con el chico con el que estaba la última vez que la vi. Con una sonrisa en la cara me dijo: “No. Me ha dejado, pero da igual. Soy muy feliz. Tengo trabajo, mi hija, mis hermanos, y muchas ilusiones.”
No podemos esperar que la justicia, que por supuesto es imperfecta, solucione todos nuestros problemas. Es una herramienta más. Un medio más. Una ayuda más. Luego hay que tirar de otras muchas cosas para solucionar los problemas, superar las dificultades, y sacar nuestras vidas adelante.
Pero si que en cada momento, siempre, debemos hacer lo adecuado. Esta chica lo ha hecho. Ha sido valiente y ha persistido. Y más allá de recrearse en las miles de excusas que se pueden encontrar para no hacer nada o quejarse de lo mal que funciona todo, ha sido tenaz, ha hecho lo que estaba en su mano, lo que debía, y ha cambiado su situación. Ha cambiado su vida.