Llegas a un juicio y te encuentras con un Juez coherente, dialogante y que aplica el más puro y duro sentido común.
Lo razona todo, es flexible, permite coger un poquito de aquí y un poquito de allá, sin aferrarse al rigor formal que marca la ley, hasta lograr que la cuestión controvertida quede reducida a la mínima expresión. Incluso permite que los abogados soltemos aquello que nuestro cliente/a quiere oír aunque no venga al caso. Muestra esa paciencia a la que no está obligado a diferencia de muchos otros de sus compañeros.
A la salida. Tanto el cliente/a como su séquito acompañante (familiares, amigos, etc…) lanzan la gran pregunta: “pero entonces, ¿quién ha ganado?”, “¿pero en el fondo eso no es lo que (el otro o la otra) quería?”
¿Egos, orgullos, …? Le daré vueltas.
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