No nos gusta decir no. Nos incomoda. No queremos defraudar. Además en muchas ocasiones el escenario invita a decir sí, o al menos lo hace tremendamente fácil y cómodo. A corto plazo todo cuadra. No decepcionas a nadie, e incluso a ti te parece bien aunque muy dentro de ti ya seas un poco consciente del error antes de que tus labios pronuncien sí.
Soy de los convencidos de que la mayoría de los problemas a los que nos enfrentamos no llegarían a nacer con un No a tiempo. Decimos si a proyectos, propuestas o relaciones que desde un buen inicio, y con un poco de valentía, podríamos identificar como contrapuestos a nuestros principios, valores, convicciones o filosofía de vida, aunque para la mayoría sea lo normal, lo lógico y lo correcto.
Compromisos que en el fondo sabes desde el principio que no podrás/querrás cumplir, al tiempo que claudicas a la presión de que decir no supondría chafar la guitarra de los que ya hace rato han dado por hecho tu respuesta afirmativa, aunque sus planteamientos estén en las antípodas de los tuyos. El precio será caro. En esos casos la fiera se hace cada vez más grande y difícil de matar.
Hay que estar alerta para no encontrarnos en situaciones en las que con un sí estemos contentando a todo el mundo menos a nosotros mismos.
Photo Credit: richoz.
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