A veces cuesta entender cómo dos personas que en algún momento de sus vidas se han querido y tienen hijos en común llegan a determinados extremos en su forma de actuar durante un proceso de ruptura. Precisamente hoy leía un artículo sobre este asunto de mi compañera Carmen Varela.
No obstante, a veces hay magníficas excepciones. Ayer, en uno de los artículos de este blog sobre los pisos nido, Amaia dejó un comentario que transcribo textualmente, y que demuestras que el problema no está tanto en las fórmulas como en la voluntad de que las cosas funcionen. Enhorabuena Amaia, y que cunda el ejemplo.
Mi ex-marido y yo usamos esta fórmula desde que nos separamos, hace 2 años y medio. Nuestros dos hijos (9 y 11 años) viven continuamente en la “casa nido” y nosotros nos cambiamos cada semana. A nosotros nos ha ido fenomenal, pero es cierto que para que esto sea así la relación entre los progenitores tiene que ser muy buena, como es nuestro caso. Nosotros somos muy buenos amigos y tenemos una comunicación fluida (estoy segura que mucho más que muchos matrimonios). Las normas y las rutinas en casa son las mismas esté quien esté, para mí esto es lo más importante, ya que los niños no nos “torean” como ocurre muchas veces con niños de padres separados.
Tenemos una cuenta en común de donde pagamos todos los gastos de la casa y de los niños, nunca hemos discutido por temas económicos. Los únicos enfados suceden a veces por tonterías tipo “no has recogido tal cosa”, pero la verdad es que los dos ponemos de nuestra parte para que esto no pase.
Nosotros estamos felices y los niños también, pero yo sólo aconsejo este sistema teniendo una buenísima relación; si no, es totalmente inviable.
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