La felicidad cuesta infelicidad.
Cada decisión que tomamos en la dirección que queremos implica unas renuncias. Pagar un peaje. Una cuota de infelicidad. No hay decisiones que nos satisfagan al cien por cien, igual que no se puede dejar a todo el mundo contento. La otra opción es no hacer nada. El inmovilismo.
Pero la clave es decidir. Elegir. Priorizar. En el fondo, si somos sinceros con nosotros mismos sabemos lo que queremos. Sabemos lo que nos gusta, el estilo o la forma de vida que nos apasiona, y los sueños que nos gustaría cumplir.
El problema es que la mayoría de nosotros dejamos que se quede todo ahí. En meros sueños o deseos, y llamamos suerte o mala suerte a lo que nos separa de ellos. No nos activamos. No tomamos decisiones. No hacemos cosas que nos acerquen a lo que realmente queremos.
Y es que decidir implica incomodidad. Es más cómodo no hacer nada. Pero la comodidad es comodidad no felicidad.
Tras una decisión importante viene un “pero, ¿qué haces?”, “ya verás como te va a salir mal”, o “te equivocas”. La mayoría de las veces viene de nuestras personas más cercanas.
Es habitual que muchas parejas continúen adelante por la propia inercia del día a día sin que la relación sea satisfactoria. Lo cómodo es dejar pasar el tiempo. Decidir romper la relación supone un gran esfuerzo: enfrentarse a la dureza del momento de decirle a esa persona que se ha acabado, el resto de la familia, los amigos, y no hablemos ya si hay hijos. Lo fácil, lo cómodo. No hacer nada. Dejar que pasen los días, y la vida.
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