A la vista del éxito y la experiencia, concluyo que va siendo hora de aceptar la necesidad de claudicar ante el irrefutable hecho de que en nuestra profesión, el cliente se considere en condiciones de adoptar una posición equivalente, o en plano de igualdad, a la nuestra, los abogados, a la hora de dar su punto de vista, e incluso de que el mismo tenga tanto o mayor valor que el nuestro en las decisiones a tomar.
Ante ello creo que hemos de intentar adoptar un papel dogmático y mediante argumentos claros, y con ejemplos, argumentar el por qué está equivocado. Ningún paciente osaría decir a su cirujano cardiólogo “o me opera usted a corazón abierto o me voy a otro médico”. En cambio sí que nos dicen a nosotros los letrados que “sino me lleva usted este proceso me iré a otro abogado”, cuando intentas disuadir a quien llega a tú despacho de iniciar las acciones legales que pretende ante la administración de justicia por considerar que las mismas no tienen posibilidad alguna de éxito, y que sólo van a hacer a esa persona perder tiempo y dinero. Esa voraz hambre de litigiosidad con la que algunos ciudadanos te abordan en tú despacho, fruto muchas veces de una comprensible indignación tras haber sufrido en sus carnes los caprichos de alguna injusticia material, les hace obcecarse en que la administración de justicia, si o si, debe reservar algún camino específico para que su caso concreto sea reparado por narices, sin atender a que muchas veces, por mucha razón que se tenga, no se disponen de las herramientas, medios o elementos necesarios para materializar esa justicia procesalmente.