Inevitablemente cuando llega Nochevieja, junto con alguna que otra fecha a lo largo del año, uno percibe con mayor fuerza e intensidad el paso del tiempo, sobre todo cuando ya puedes contar unas pocas.
Imaginas como puede ser la de este año, como será la del año que viene y recuerdas las anteriores. Los lugares donde las pasaste, las personas que te acompañaban (algunas entrañables y a las que jamás volverás a ver), los momentos, las situaciones vividas, la nostalgia de no tener a tu lado a quien tuvo tanta importancia, y la tristeza de no haber llegado a ver nunca cristalizar proyectos que una noche como esa fueron tan ilusionantes.
Al contrario que en el pasado, he aprendido a huir de la nostalgia. No creo que ayude ni beneficie en nada. Es mejor pensar en el presente y visualizar un futuro inmejorable. La mente es caprichosa y no para de trabajar. El pensamiento puede llevarte con facilidad de un estado de tristeza a uno de alegría y optimismo. Basta con poner voluntad en incidir e influir en él, para lograr dejar atrás recuerdos y razonamientos que alejan del bienestar. Al fin y al cabo, lo importante es sentirse bien hoy y tener unas expectativas positivas de futuro.
A pesar de no gustarme, he querido detenerme unos minutos en la nostalgia para que me saliese este post. Dicen que la mejor literatura sale de los estados de tristeza y desamor. Espero que haya merecido la pena, y que quizás pueda servir a quien no se encuentre en el mejor momento para afrontar una noche así. Todos hemos estado ahí.
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